Las huellas del asesino Posada Carriles

EN HONDURAS



Ramón BARRERAS FERRÁN, enviado especial (barreras@enet.cu)

(05/06/2007) 10:15 a.m.

San Pedro Sula, Honduras.- El pequeño avión comienza a bajar el morro en busca de la cinta de asfalto sobre la que pronto posará sus ruedas. Estoy llegando al aeropuerto internacional Ramón Villena Morales, de esta ciudad. Lo primero que me viene a la mente es que a esta misma terminal aérea llegó el asesino de origen cubano Luis Clemente Posada Carriles, después de haber sido indultado injustamente a finales de agosto de 2004 por la presidenta saliente de Panamá, Mireya Moscoso.
Las huellas de la alimaña aún están en los pasillos.
En esta nación, desde la cual dirigió buena parte de las operaciones para armar a la contrarrevolución nicaragüense con el dinero sucio proveniente de la llamada operación Irán-Contras, fue apoyado nuevamente por el Buró Federal de Investigaciones (FBI) de los Estados Unidos, y se presentó a las autoridades aduaneras, como casi siempre, con nombres y apellidos falsos. Los otros cómplices de Posada (Pedro Crispín Remón, Guillermo Novo Sampoll y Gaspar Jiménez Escobedo) siguieron en vuelo directo a Miami.
¿Por qué él, sin embargo, se quedó en Honduras?
Fuentes consultadas aseguran que aquí encontró apoyo. En esta propia ciudad, conocida por la capital económica del país por su notable desarrollo y nivel de producción, tuvo -y seguramente aún tiene- buenos amigos.
Carlos Vicente López Sánchez, alias "Chente", quien supuestamente reside en el barrio Cabañas, de San Pedro Sula, es uno de sus más cercanos colaboradores.
Hace tres años, cuando estuve en este país, también en funciones periodísticas, intenté contactarlo por su teléfono móvil. Después de varios intentos, respondió:
- Hola.
- ¿Por favor, con "Chente".
- Es el que habla...
- Mire, soy periodista cubano...
- ¿Cubano de Cuba o de Miami?
- De Cuba y...
Colgó inmediatamente.
Por supuesto que en nada le convenía dialogar con un reportero cubano. Sus manos están tan enlodadas de sangre como las de su jefe y amigo, Luis Posada Carriles.
Y es que Centroamérica ha sido el escenario principal de operaciones para el asesino confeso.
Claros y demostrados están sus estrechos vínculos con la contra nicaragüense, a quienes les suministró armas y pertrechos.
En octubre de 1986 se vinculó a un grupo de instructores venezolanos de la tristemente célebre DISIP (donde trabajó y se hizo llamar Comisario Basilio), que asesoraron a la policía salvadoreña en técnicas de contraguerrillas y de interrogatorio. Dos años después fue a Guatemala, donde usó como fachada legal la de "asesor de seguridad" de la Empresa de Teléfonos de ese país. Diferentes fuentes aseguran que en ese período hizo viajes frecuentes por Honduras, Costa Rica y El Salvador, en los cuales estrechó relaciones con militares y empresarios, quienes le brindaron apoyo posterior.
Aún acá se recuerda que en 1995, en complicidad con algunas autoridades del ejército hondureño, Posada Carriles colocó 41 bombas en este país, en diferentes sitios.
Desde esta región organizó, con el apoyo de la cúpula de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA) una estructura terrorista con el objetivo de ejecutar acciones violentas en territorio cubano. Con ese fin reclutó a mercenarios de la región. Fruto de su ideas fueron las explosiones que comenzaron en abril del 1997 en hoteles y otras instalaciones turísticas de La Habana, en las cuales utilizó a los mercenarios Chávez Abarca y Otto René Rodríguez Llerena. Se prepararon catorce bombas, de las cuales ocho explotaron, cuatro fueron desactivadas y dos ocupadas en el momento de introducirlas en el aeropuerto. Esas acciones ocasionaron un muerto, varios heridos y cuantiosos daños materiales.
Con quienes he dialogado, a sólo unas horas de llegar, repudian la actitud de quienes permitieron que el asesino estuviera en esta tierra de hombres dignos. Todos, sin excepción, consideran que debe ser juzgado por sus crímenes o extraditado a Venezuela. Y tienen la esperanza de que nunca más el terrorista pise tierra catracha.
Pero ojo..., mucho ojo. El asesino anda suelto.
¡Hay peligro de que vuelva a asestar sus zarpazos!